La economía mundial entró en shock durante el año 2020 a propósito de la pandemia de covid-19 que obligó a una especie de pausa temporal y generó las condiciones para que gobiernos como el de Estados Unidos realizaran una inyección de dinero nunca antes vista para “Rescatar” corporaciones privadas y “salvar” la economía. Por otro lado, el impacto de una crisis global que muchos consideran iba a ocurrir “con o sin pandemia”, ha sido mucho más grave en las regiones con más desigualdad, como es el caso de América Latina.
En este contexto, se ha hablado de la necesidad de un cambio de paradigma económico, que la pandemia estaría acelerando y que se soporta sobre los adelantos en tecnologías computacionales de la última década (inteligencia artificial, big data, robótica, IoT, etc.), así como en la transformación del patrón energético hacia un modelo “verde”.
Para aterrizar estas ideas y comentar sobre la realidad y la ficción de todo este discurso económico que invade el escenario mediático, conversamos con el profesor universitario e investigador Luis Salas Rodríguez, quien es sociólogo, economista político y especialista en Sociología del Desarrollo. Fue ministro de Economía y vicepresidente económico del Gobierno Bolivariano de Venezuela. Es autor, entre otros, del libro “Escritos desde la guerra económica”.
Salas explica las condiciones en que aconteció la pandemia y los cambios que se perfilan en el futuro, así como la posición de América Latina en los escenarios global actual y futuro.
SPNA: Ya es un lugar común la frase que dice que “la pandemia lo ha cambiado todo”. Vimos cómo la emergencia sanitaria global generó una crisis económica de dimensiones enormes –muchos dicen que la crisis venía o estaba anunciada antes de la pandemia y lo que pasó es que esta “cubrió” las causas precedentes–. Pero comenzamos a ver cómo los gobiernos de Europa y EEUU emitieron una cantidad enorme de recursos para sostener un sistema económico que vivió una paralización virtual. ¿Cuál era el escenario económico en el que aconteció la pandemia y qué significó esta para ese escenario?
LS: Se habla mucho sobre las causas y consecuencias de esta crisis que estamos viviendo. Lo que es esperable, pues desde muchos puntos de vista estamos ante una situación inédita y compleja. En los momentos iniciales y más álgidos de la pandemia, entre febrero y abril de 2020, llegamos incluso a temer por una suerte de apocalipsis sanitario tipo los que vemos en el cine con los zombis. Todos estamos claros en que eso no pasó; sin embargo, de muchas maneras, en el camino asistimos al fin del mundo tal y como lo conocíamos.
En este sentido, los rasgos más característicos del escenario global “post-covid” es una sensación generalizada de fragilidad y precariedad. Y más que un hecho accidental o coyuntural, creo que debemos interpretar esto como el inicio de una nueva era, en la cual, bajo la etiqueta de “nueva normalidad”, se busca naturalizar el hecho de que el capitalismo global se ha convertido en una suerte de distopía que genera de cara al futuro más inquietudes y temores que esperanzas. Y esto no solo por los efectos de la pandemia desde el punto de vista sanitario, lo que se extiende a sus secuelas psicológicas. Sino porque los efectos nocivos ya generados por la crisis financiera de 2008 han alcanzado un nuevo nivel.
De un lado, antes del covid-19, ya vivíamos una situación de estancamiento secular caracterizado por alto endeudamiento, severos planes de austeridad fiscal y una alta volatilidad financiera. Pero, de dicho estancamiento secular pasamos a una fase de profunda contracción. De esta última unos podrán salir e incluso algunos ya salieron, como es el caso de China. Pero, en el agregado, algunos seguirán por mucho tiempo y otros corren el riesgo de no salir nunca. Para compensar esta situación algunos países –en especial los más poderosos– han recurrido a la receta “keynesiana” consistente en emitir dinero. En el caso de los Estados Unidos esto se ha hecho a niveles inéditos, lo que además contradice todo el dogma neoliberal de los últimos cuarenta años. Pero se trata en la mayoría de los casos, salvo excepciones como la argentina, de un keynesianismo muy relativo, dirigido no a salvar la economía como un todo sino más bien los mercados financieros, lo que por tal motivo no ha hecho mucho por mejorar la vida de las personas (que siguen sufriendo desempleo, estrés financiero, precarización laboral, etc.), mientras que está incubando una nueva hiper-burbuja financiera de pronósticos reservados.
En resumen, la situación de la economía global antes del covid-19 ya era mala, el covid-19 le dio un respiro por las inyecciones astronómicas de dineros públicos, pero al mismo tiempo y por las mismas razones corrió la arruga de las contradicciones creando una bomba de relojería financiera y fiscal. Lo que resta ver de aquí en adelante es cómo se administra la onda expansiva una vez que esta explote o qué se hace para evitar que tal cosa pase.
SPNA: En el Foro Económico Mundial (FEC) de este año (2021), sus participantes disertaron en torno a la idea central, propuesta por su fundador Klaus Schwab, de que es tiempo de un “Gran Reinicio” (Great Reset) de la economía mundial. Se habla de: economía verde, economía basada en la cooperación, aceleración digital sobre la base de la “cuarta revolución industrial”, Estado fuerte, incluso se habla del “fin del neoliberalismo”. Algunos analistas describen este discurso como un “regreso del Estado de bienestar”, otros de un regreso del keynesianismo. ¿Cómo interpretas este discurso que se está promoviendo con fuerza desde, al menos, el año pasado?
LS: Si bien coincido en que estamos ante el fin del neoliberalismo tal y como lo conocimos y que hay una suerte de “revival” de las ideas keynesianas, ambas cosas son muy relativas. En cuanto al fin del neoliberalismo, estamos más bien ante el fin del neoliberalismo basado en el Consenso de Washington, al menos en dos aspectos: el papel de los Estados Unidos como único hegemón y el principio de no intervención del Estado en la economía. Ambas cosas ya no son ciertas: los Estados Unidos ya no es la única potencia y ve amenazada su hegemonía tanto por China como por Rusia, si bien estás tampoco lo han desplazado. Y en cuanto a la no intervención del Estado en la economía, está claro que hoy día solo los más fanáticos exponentes del neoliberalismo avalan esta idea, por lo general los ubicados en países como el nuestro. Los gobiernos de los países del capitalismo central y las principales potencias hoy son los primeros en intervenir en sus economías.
Ahora, esto no implica un regreso al keynesianismo y mucho menos al Estado de bienestar.
Tanto el keynesianismo como el Estado de bienestar tal y como los conocimos respondieron en su momento a los problemas causados por el propio capitalismo, pero también de contrapeso y alternativa dentro del mismo al comunismo y las revoluciones populares y anti-sistémicas en el Tercer Mundo. El tema es que hoy día estas amenazas anti-sistémicas ya no existen, por lo que el keynesianismo pierde para las corrientes principales y los poderes hegemónicos buena parte de su utilidad. En tal virtud, lo que han rescatado hoy día es una suerte de keynesianismo de ocasión, cuyas políticas de intervención no suponen una redistribución de arriba hacia abajo, como es el keynesianismo original, sino de abajo hacia arriba y de arriba a más arriba, donde la especulación financiera es la gran beneficiaria. En este sentido, estamos hablando de un keynesianismo o un estado interventor de las minorías para las minorías, siendo que en estas últimas es más bien Malthus y no Keynes el gurú ideológico. El “gran reseteo”, cuando se lee entre líneas, deja entrever eso. Lo cual es más explícito en editoriales y artículos de medios especializados como The Economist, que desde las cumbres de las altas finanzas no esconden su parecer cuando argumentan que les resultan muy caras las políticas redistributivas e inclusive las sanitarias.
SPNA: Aunque se considera el FEC como el espacio ideológico por excelencia de la élite mundial, no vimos un correlato de este discurso en la reciente cumbre del G7, donde se habló de una tasa mínima impositiva de 15% para las multinacionales, aunque con letra pequeña, lo cual es un avance demasiado tímido en este sentido. Se habló de la reducción del uso del carbón, pero sin fechas ni acuerdos concretos. ¿Cuáles son las perspectivas de un posible cambio importante en los modelos de acumulación, producción, distribución y consumo? ¿Estamos a las puertas de un “nuevo mundo” o no necesariamente?
LS: Yo sí creo que estamos en las puertas de un nuevo mundo. Y que en líneas generales los modelos de acumulación del mismo responden a pautas como disminución del consumo de carbono, robótica, “remote work”, criptoeconomía, etc. El tema acá es que por definición nada de eso es inclusivo ni democrático. De hecho, más bien supone la exclusión de vastas mayorías que forzosamente sobran en ese futuro. Una de las características de esta etapa “distópica” del capitalismo es que asume la desigualdad no como un mal a superar, sino como un efecto colateral pero inevitable. Y en este sentido, las élites se aprestan a enfrentar este futuro con una especie de secesión que recuerda un poco a “Elysium”, la película. Puede esto sonar a chiste o exageración. Pero cuando tomas en cuenta los proyectos de colonias espaciales de hipermillonarios como Elon Musk y Jeff Bezos, o de islas solo para ricos como la que proyectan Peter Thiel y Patri Friedman (el nieto de Milton), ya no te parece tanto.
SPNA: En el marco de los cambios que vendrán, ¿cuál es la posición de América Latina en estos nuevos escenarios? En nuestra región hay diferencias entre países en términos geopolíticos: Brasil, México y Argentina se presentan como potencias emergentes. Chile anuncia avances en desarrollos de energía eléctrica. ¿Seguiremos siendo una “mina” para las economías del centro global?
LS: La situación de América Latina en el contexto de los cambios actuales es en extremo delicada. Partamos del hecho de que estamos hablando de la región más desigual del planeta. Además, es en este momento el epicentro global de la pandemia de COVID-19.
Así las cosas, de no darse un giro a la dinámica actual latinoamericana podemos entrar en otra década perdida similar a la de los 80 del siglo pasado, pero más extensa y sombría. Por suerte, también soplan vientos esperanzadores, por ejemplo, en Chile. La lucha del pueblo colombiano es digna de admirar y apoyar. Y ojalá cristalice en una sociedad alejada de la violencia mafiosa en la que la sumieron sus élites. Habrá que ver qué pasa con Castillo en Perú: si lo dejan gobernar y si no termina traicionando la transformación que encarna. Argentina es tal vez lo más interesante que ocurre actualmente en la región. Y lo de Venezuela, pues, es un proceso preso de todas las contradicciones. Pero, en fin, dentro del panorama sombrío lo bueno de Latinoamérica es que siempre ha sabido adelantarse a la adversidad y dar la pelea.
Lo primero que hay que tener claro es que los cambios de paradigma energético no son tan rápidos. Se requiere adaptar todo un metabolismo socioeconómico y político que puede tardar décadas y a todas luces es muy costoso. El que las tendencias apunten hacia allá no quiere decir que eso está a la vuelta de la esquina.
Una vez dicho esto, América Latina seguirá teniendo las mismas dos opciones: o integrarse endógenamente y complementariamente, o hacerlo individualmente padeciendo la desigualdad de los términos de intercambio, como históricamente ha sido. En mi opinión el problema de Latinoamérica no es económico sino político. O en todo caso el problema económico deriva del político. Las élites tradicionales son tremendamente miopes y acomplejadas, con poco sentido de pertenecía y prestas a servir a los poderes foráneos sin muchos pudores. Y los movimientos alternativos son muy débiles y presos de contradicciones. De la llamada década ganada, seguramente quienes la tenían más clara en este sentido eran Chávez y Kirchner. Pero tras sus muertes el retroceso ha sido sensible y la confusión y el pragmatismo se han impuesto. Esperemos que las nuevas generaciones que tocan la puerta puedan retomar la senda y entender que, aunque suene a consigna vieja, solo juntos nos podremos salvar todos, y separados, ninguno.
Entrevista realizada por Ángel González
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