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Donald Rumsfeld: el hombre del sistema

Ángel González

Segundo Paso para Nuestra América.- La muerte a los 88 años de Donald Rumsfeld, exsecretario de Defensa de Estados Unidos, ha hecho oportuno el recuento de los acontecimientos históricos de los que fue responsable o protagonista: las invasiones de Irak y Afganistán, el genocidio perpetrado contra esos pueblos, los escándalos de torturas y otros crímenes de guerra. Ángel González realiza aquí un análisis de su trayectoria, destacando su papel como operador de uno de los cambios más importantes del sistema de dominio imperial, y proponiendo de esta forma una perspectiva crítica de la vida de uno de los personajes más importantes, por nefasto, de la historia reciente.

El 29 de junio de 2021 murió uno de los señores de la guerra. El nombre de Donald Rumsfeld es mundialmente conocido por haber sido el artífice de la invasión a Irak, el duro secretario de Defensa del gobierno de George W. Bush. Su imagen está inevitablemente ligada a la destrucción, la guerra, la muerte, la mentira, la tortura y la violación de derechos humanos. Sin embargo, eso no es todo. Aun cuando lo anterior forma parte de la verdad y así lo reconoce el mundo, Donald Rumsfeld fue mucho más que eso: fue el hombre clave de uno de los cambios en el sistema que más ha afectado al planeta entero.

Una vida en el poder

Nacido en la ciudad de Chicago en el año 1932, estuvo ligado al poder desde 1957 cuando, al graduarse en Ciencias Políticas de la Universidad de Princeton, ingresó al parlamento y fue asistente de dos congresistas. En 1962, a la edad de 30 años, fue elegido él mismo miembro congresista y ejerció en la Cámara de Representantes durante 7 años. Allí se encargó de liderar un movimiento de renovación del Partido Republicano y promover a Gerald Ford como jefe de la bancada republicana en el Congreso. En 1969 renunció a su silla parlamentaria para saltar a la Casa Blanca bajo la administración de Richard Nixon, como jefe de la Oficina de Oportunidades Económicas, aunque en la práctica se convirtió en asistente del presidente con un estatus similar al de los secretarios en el gabinete de gobierno. Un año después se convirtió formalmente en consejero del presidente, manteniendo su propia oficina en la Casa Blanca.

Nixon lo nombró en 1970 director del Programa de Estabilización Económica y del Consejo del Costo de la Vida, instancias encargadas de dirigir los asuntos relacionados con las regulaciones de precios, salarios, rentas, presupuestos, dividendos, intereses, etc. Esto significa que Rumsfeld estuvo involucrado en las decisiones económicas de la Casa Blanca durante el período en que se tomaron importantes decisiones, como el abandono de la convertibilidad dólar-oro, que dio un vuelco a la economía mundial.

En 1973 fue enviado como embajador de Estados Unidos en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), por lo que estuvo presente en los más importantes asuntos militares y diplomáticos de la época, como la Guerra de Yom Kippur y el Tratado de París, que definió el fin de la Guerra de Vietnam.

Tras la renuncia de Nixon por el escándalo del Watergate, en 1974 Rumsfeld fue llamado a regresar a Washington para liderar la transición de mando para el nuevo presidente Gerald Ford, su amigo personal y aliado político. De inmediato se convirtió en el Jefe de Gabinete de la Casa Blanca.

En 1975, se dice que estuvo detrás de la llamada “Masacre de Halloween”, un sorpresivo movimiento de despidos y cambios de cargos dentro del Gabinete presidencial de Gerald Ford, con lo que logró expulsar y reemplazar a James Schlesinger como Secretario de Defensa, a su vez dejando como Jefe de Gabinete a su asistente y hombre de confianza Dick Cheney. Durante su gestión al frente del Pentágono, se encargó de promover el incremento de los gastos militares, el desarrollo de fuerzas convencionales y no convencionales, así como la adquisición de armas de alto calibre y, en general, atizar la carrera armamentística con la Unión Soviética.

En 1977, cuando los republicanos perdieron la presidencia, Donald Rumsfeld pasó al sector privado, donde permaneció por 23 años. Entre 1977 y 1985 fue director general y presidente de la compañía farmacéutica G.D. Searle, LLC, subsidiaria del gigante biotecnológico Pfizer. Entre 1990 y 1993 fue director general de la compañía de telecomunicaciones General Instrument Corporation y desde 1997 hasta asumir el cargo de secretario de Defensa del gobierno de George W. Bush en 2001, fue presidente de la compañía biofarmacéutica Gilead Sciences, especialista en el desarrollo de antivirales. Como accionista de esta empresa, durante la pandemia de gripe aviar (2003-2006) y la de gripe porcina (2007-2009), Rumsfeld ganó mucho dinero por el aumento de la valoración de la compañía responsable del antiviral Tamiflu, indicado para combatir ambas enfermedades.

Pero su paso por la empresa privada no significó un alejamiento de los asuntos del poder político. Durante los años 80 y 90, ocupó numerosos cargos especiales del gobierno de Estados Unidos, desempeño que entrelazó con el de ejecutivo empresarial. Fue nombrado por Reagan Enviado Especial para el Medio Oriente en 1983 durante la guerra Irán-Irak, llegando a reunirse personalmente con Sadam Husein, entonces aliado de Estados Unidos. Fue miembro del Comité Consultivo de la Presidencia para el Control de Armas (1982–1986); asesor presidencial de Sistemas Estratégicos (1983–1984); y miembro de la Comisión Económica Nacional (1988–1989). Fue uno de los principales impulsores de la Iniciativa de Defensa Estratégica de la administración Reagan. Este programa, conocido como de la “Guerra de las Galaxias”, se enfocó en la investigación sobre nuevas tecnologías y materiales que permitieran el desarrollo de “armas y sistemas de defensa espaciales”. Este es el antecedente de los desarrollos armamentísticos actuales. 30 años después, en diciembre de 2019, Donald Trump inauguró la Fuerza Espacial de los Estados Unidos. Rumsfeld estuvo involucrado en estos empeños durante casi toda su carrera.

En los 90, fue asesor de la Comisión Federal de Comunicaciones (1992–1993); miembro de la Comisión para la Revisión del Déficit Comercial (1999–2000). Destacó como presidente en 1998 de la Comisión de Estados Unidos sobre la Amenaza de Misiles Balísticos, donde concluyó que Irak, Irán y Corea del Norte podrían desarrollar misiles con alcance intercontinental. Ya veremos cómo este discurso se instaló en Washington años más tarde y condujo a la invasión de Irak. También fue miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y presidente de la Comisión para Analizar la Administración y Organización de la Seguridad Nacional en el Espacio (2000).

Este recorrido por la trayectoria de Donald Rumsfeld es útil para entender el perfil de este personaje antes de revisar su papel en los acontecimientos más recientes de la historia. Se trata de un hombre del poder, que dominó igualmente las altas esferas de la burocracia pública y del mundo de los negocios, moviéndose cómodamente en el entrelazado de relaciones de ambos sectores.

En la última temporada de la famosa serie de televisión House of Cards, que trata sobre la trastienda del poder estadounidense, se explica que el personaje principal, Frank Underwood, en medio de su inevitable renuncia a la Presidencia, planificó que su esposa, Claire Underwood, asumiera el cargo mientras él pasaba al sector privado y, de esta manera, en conjunto, ejercer un control más efectivo del poder. Y Donald Rumsfeld es una muestra de que esta visión es cercana a la realidad, lo que hace caer la ilusión de que la política es un asunto específicamente estatal, público y burocrático.

Las redes del poder establecen flujos que se mueven constantemente en todo el entramado económico-político, jurídico-administrativo y social-cultural. Este es el “sistema”.

Nuevo milenio: el tiempo de la guerra total

Donald Rumsfeld fue un hombre de la burocracia, en el sentido de que estuvo dentro de las estructuras del poder gubernamental estadounidense por 50 años y supo dominarlas cómodamente. Estuvo involucrado en todas las administraciones republicanas por medio siglo. Incluso en la de George Bush padre, con quien sostuvo notorias diferencias dentro del mismo partido, pero se aseguró de mantener a su hombre de confianza, Dick Cheney, como secretario de Defensa durante ese gobierno. Fue el congresista más joven al ser electo con 30 años en 1962, fue el secretario de Defensa más joven en asumir el cargo en 1975, con 43 años; y fue asimismo el secretario de Defensa más viejo cuando ocupó nuevamente esa oficina en 2001, con 68 años. Manejó hábilmente el juego de estar dentro y fuera de la estructura.

Este juego completa su perfil de hombre fuerte en las entrañas del poder estadounidense. Fue también un hombre de los negocios, un operador del poder económico. Su desempeño como cabeza de grandes corporaciones estuvo siempre relacionado con el poder político, lo que lo coloca como un ejecutor práctico de lo que también profesaba como doctrina: el neoconservadurismo, también conocido como neoliberalismo. Fue uno de los líderes del think tank llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (Project for the New American Century), que funcionó entre 1997 y 2006 dedicado a promover políticas para el aseguramiento de la hegemonía estadounidense a escala global, mediante la superioridad militar y económica.

Rumsfeld se volvió malamente célebre por su papel como secretario de defensa del Gobierno de George W. Bush entre 2001 y 2006, al haber sido la cara visible de las operaciones guerreristas en Afganistán e Irak, así como los escándalos asociados a ellas. Se convirtió así en el hombre de la guerra, el terror, la tortura y la muerte.

Fue el promotor de la invasión a Irak. Desde su rol a finales de los 90 en la Comisión sobre la Amenaza de Misiles Balísticos, tenía el empeño de utilizar a este país como cabeza de turco que justificara la implementación de los planes armamentistas que Rumsfeld y su grupo impulsaban permanentemente. La excusa fue la supuesta posesión por el gobierno de Sadam Husein de “armas de destrucción masiva” y el consecuente ataque basado en la doctrina de “guerra preventiva” que, a su vez, tenía su ancla en el estado de alerta permanente creado en Estados Unidos luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Al final se supo que nunca existieron tales armas de destrucción masiva y esta invasión y masacre transnacional no tuvo ninguna otra causa que los intereses geopolíticos de Washington y los intereses económicos de las grandes corporaciones.

Naturalmente, la guerra fue una de las formas de aumentar el presupuesto militar, una de las obsesiones de Rumsfeld. Pero esta era una estrategia integral, que incluyó la implementación del programa del Escudo Antimisiles, fundamentado también en la “Amenaza de Misiles Balísticos”, esta vez con un discurso de prevención a posibles ataques provenientes de Rusia. La idea era instalar dispositivos de última tecnología con proyectiles interceptores en países de Europa del Este, como Polonia y República Checa. Así mismo, esta iniciativa se extendía a posibles amenazas de Irán, Corea del Norte y finalmente China, por lo que también involucraba el despliegue del escudo en los mares asiáticos.

Los ataques terroristas a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono, ocurridos el 11 de septiembre de 2001, fueron el punto de inflexión para un gran cambio en el panorama geopolítico mundial y para el desarrollo del plan de Donald Rumsfeld y su grupo de políticos, empresarios e intelectuales, de ejecutar lo que se llamó una “revolución en los asuntos militares”.

En su discurso, la “Guerra contra el Terrorismo” (War on Terror), implicaba la modificación de toda la doctrina militar estadounidense vigente desde el final de la segunda guerra mundial, debido a que el desafío de Estados Unidos ya no era la amenaza de otro Estado sino un enemigo disperso, múltiple, cuyas características convertían la guerra en un asunto asimétrico. Por lo tanto, era requerida, con carácter de urgencia, la transformación de las Fuerzas Armadas mediante la modernización tecnológica, la reducción y agilización burocrática y la inclusión de elementos y recursos privados. Era la “Doctrina Rumsfeld”, que encontró su asidero en el pánico generado por la evidencia de la vulnerabilidad del territorio estadounidense.

El terror

Rumsfeld tuvo que renunciar a su cargo en el gobierno de Estados Unidos en el año 2006, cuando la opinión pública se le vino encima de manera avasallante sobre la base de varios escándalos relacionados con la guerra.

El primer caso es el escándalo sobre las torturas y otras violaciones a los derechos humanos en la prisión de Abu Ghraib en Irak. La noticia de los crímenes que allí se perpetraron le dio la vuelta al mundo cuando el soldado estadounidense Joseph Darby, destacado en ese recinto, entregó fotografías de los abusos a la justicia militar y luego se filtraron a la prensa. Aunque Donald Rumsfeld declaró que se trataba de acciones individuales y aisladas, estuvo claro para la crítica que lo ocurrido allí y en otras prisiones como la ubicada en la Bahía de Guantánamo, en Cuba, era un producto sistemático de la aplicación de “métodos agresivos de interrogación”. Este era el eufemismo con el que el gobierno estadounidense asumía y justificaba la necesidad de la tortura como recurso eficiente en medio de la guerra.

El otro escándalo tiene que ver con la empresa de mercenarios Blackwater. Esta compañía consiguió durante el gobierno de George W. Bush contratos del Pentágono y la CIA por más de 600 millones de dólares y con el Departamento de Estado para servicios de seguridad diplomática por alrededor de 1000 millones de dólares. Ofrecen servicios de fuerzas armadas, logística y seguridad privadas principalmente al gobierno estadounidense, aunque también a otros clientes en el mundo. Rumsfeld impulsó con fuerza la contratación tanto de Blackwater como Halliburton para servicios en Irak y Afganistán, llegando a catalogar a los paramilitares corporativos como parte integral de las fuerzas armadas de Estados Unidos.

La empresa se vio cuestionada por la opinión pública cuando en 2004 cuatro contratistas pertenecientes a esta corporación fueron emboscados y asesinados por combatientes iraquíes en la ciudad de Faluya. Los familiares de estos estadounidenses demandaron a la compañía y comenzaron a exponer al ojo público las operaciones de Blackwater, aunque todavía desde una perspectiva en la que las víctimas eran ciudadanos estadounidenses.

Esta compañía también obtuvo cuantiosos contratos en operaciones de logística y seguridad interna luego de la tragedia del huracán Katrina, que devastó la ciudad de Nueva Orleans.

En 2007, luego de 4 años de operaciones en Irak, el nombre de Blackwater acaparó de la peor manera todos los focos, al protagonizar una cruenta masacre de civiles en Bagdad. En la plaza Nisur, 17 personas fueron asesinadas y hubo más de 20 heridos cuando agentes de 4 convoyes de Blackwater abrieron fuego indiscriminadamente contra la población civil a su alrededor. Supuestamente, se sintieron amenazados por una explosión que en realidad ocurrió lejos del lugar.

Antes y después de este hecho, las acciones de Blackwater y otras contratistas privadas permanecieron dentro de un clima de total impunidad y silencio cómplice por parte de la burocracia de Washington.

La corporación se convirtió en el símbolo de la doctrina de Rumsfeld de privatización de la guerra. Blackwater fue responsable de múltiples asesinatos colectivos de civiles iraquíes y han sido denunciadas las contrataciones secretas contraídas con la CIA para realizar operaciones encubiertas que incluyen asesinatos selectivos. La compañía cambió de nombre primero a Xe y luego a Academi, y todavía se mantiene como uno de los principales contratistas militares de Estados Unidos.

A estos escándalos se les sumaros las filtraciones hechas por Wikileaks en 2010, tituladas “Diarios de Afganistán” y “Registros de la Guerra de Irak”. Allí se da cuenta, con base en documentos extraídos del Pentágono, que el Gobierno de Estados Unidos estaba en pleno conocimiento y ocultó deliberadamente los múltiples crímenes cometidos por sus fuerzas de ocupación en estos dos países. Asesinatos de civiles, torturas en Guantánamo, órdenes expresas para cometer crímenes de guerra, manuales de interrogatorio que prescriben la violación de derechos humanos y de la legislación internacional.

Todo esto conforma el prontuario por el que Donald Rumsfeld ha pasado a ser uno de los personajes más oscuros de la historia política de Estados Unidos y del mundo.

Capitalismo de muerte

Pero la figura de Rumsfeld debe entenderse, principalmente, en torno al papel que jugó en la modificación de los asuntos militares, en la introducción de un cambio que permaneció, pese a las oposiciones, más allá de él, del gobierno de Bush y de los republicanos. Es la nueva guerra. Por lo tanto, el nuevo poder.

Este señor mantuvo una conducta obsesiva con respecto a la modernización del sistema de armas, la transformación de las fuerzas armadas, la privatización de la guerra y, de manera resaltante, la invasión y el cambio de régimen en Irak. Esto último le resultaba en extremo conveniente para desarrollar todos los elementos anteriores.

El 10 de septiembre de 2001, un día antes de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, Donald Rumsfeld daba un discurso en el Pentágono, acompañado de la plana mayor de su equipo de trabajo, conformado por exgerentes de grandes corporaciones privadas con las que tenía relación, en el que expresó lo siguiente, recogido en el libro de Jeremy Scahill titulado Blackwater: el auge del ejército mercenario más poderoso del mundo:

“La cuestión que nos ocupa hoy es un adversario que supone una amenaza, una seria amenaza, a la seguridad de los Estados Unidos de América. Entorpece la defensa de los Estados Unidos y pone en peligro las vidas de hombres y mujeres por igual. Este adversario es uno de los últimos reductos de la planificación centralizada en el mundo. Gobierna dictando planes quinquenales. Desde una única capital, trata de imponer sus exigencias en diferentes zonas horarias, continentes, océanos y más allá. De manera sistemática y brutal, ahoga el pensamiento libre y aplasta toda nueva idea. Crea problemas a la defensa de Estados Unidos y pone en peligro la vida de hombres y mujeres por igual. Puede que este adversario nos recuerde a la antigua Unión Soviética, pero ésta es un enemigo que ya no existe: nuestros antagonistas son hoy más sutiles e implacables. Quizá piensen que me estoy refiriendo a uno de los últimos dictadores decrépitos del mundo. Pero también los días de éstos pertenecen casi por completo al pasado. Y su fuerza y su tamaño no son en absoluto comparables a las de este otro rival. El adversario está mucho más cerca de nosotros: es la burocracia del Pentágono… Habrá quien se pregunte: ‘¿Cómo puede ser que el secretario de Defensa ataque al Pentágono ante su propio pueblo? A esas personas les respondo que no tengo deseo alguno de atacar al Pentágono, sino de liberarlo. Necesitamos salvarlo de sí mismo”.

Allí Rumsfeld expuso una ambiciosa iniciativa para incorporar el sector privado en los asuntos de la guerra. Los acontecimientos que ocurrieron un día después le cayeron como anillo al dedo para el desarrollo de su proyecto, una transformación total del modo de hacer la guerra guiada e instrumentada a través de una metodología ceñida al dogma económico-político neoliberal.

Un documento que resume bastante bien la “Doctrina Rumsfeld” es el artículo publicado por él mismo en el Volumen 83 N° 1 de la revista Foreign Affairs de mayo/junio del año 2002. El texto se titula “Transformar las Fuerzas Armadas” (Transforming the Military).

Aquí Rumsfeld expone a sus anchas el propósito que guiará toda su gestión y que sienta su base en la idea de “prepararse para lo desconocido”. Podemos ver cómo se monta sobre un discurso ideológico ultraliberal, que a su vez se edifica sobre el shock generado por la emergencia terrorista:

“Nuestro desafío en este nuevo siglo es difícil: defender a nuestra nación contra lo desconocido, lo incierto, lo invisible y lo inesperado. Puede parecer una tarea imposible. No lo es. Pero para lograrlo, debemos dejar de lado las formas cómodas de pensar y planificar, asumir riesgos y probar cosas nuevas, para poder disuadir y derrotar a los adversarios que aún no han surgido para desafiarnos”.

Se encargó de desmantelar el tradicional y costosísimo despliegue militar estadounidense, que consistía en el mantenimiento de dos grandes fuerzas de ocupación que les permitiera invadir dos países al mismo tiempo. “Para abordar los desafíos emergentes para la seguridad nacional, necesitábamos una evaluación más realista y equilibrada de nuestras necesidades de guerra a corto plazo”, expresa en el texto. En este sentido, el nuevo esquema mantuvo solo una fuerza de ocupación masiva, y desplegó 4 teatros críticos con fuerzas “más ágiles” en todo el globo. “Al eliminar el requisito de mantener una segunda fuerza de ocupación, podemos liberar nuevos recursos para el futuro y para otras contingencias menores que ahora pueden enfrentarnos”.

Estos “recursos liberados” estarían disponibles, naturalmente, para la inversión en las fuerzas corporativas privadas, que era el centro de toda esta iniciativa de transformación.

En el artículo, Rumsfeld se mostraba reiterativo en la necesidad de asegurar el despliegue de fuerzas de seguridad con tecnología de punta tanto en el interior de su país como a lo ancho y largo del planeta. “Esto requerirá fuerzas conjuntas completamente integradas y desplegables rápidamente, capaces de llegar rápidamente a teatros distantes y trabajar con nuestras fuerzas aéreas y marítimas para atacar a los adversarios rápidamente y con un efecto devastador. Esto también requerirá inteligencia mejorada, capacidades de ataque de precisión de largo alcance y plataformas marítimas para ayudar a contrarrestar las capacidades de “denegación de acceso” de los adversarios”.

Este enfoque de “guerra total” implica tanto la inversión en tropas privadas, logística y equipos de combate, como en grandes infraestructuras armamentísticas. Rumsfeld insistirá empecinadamente en la necesidad de invertir recursos en un escudo antimisiles, basándose en el viejo discurso de la “guerra de las galaxias” junto al nuevo discurso de la “guerra preventiva”:

“Por ejemplo, el despliegue de defensas antimisiles eficaces puede disuadir a otros de gastar para obtener misiles balísticos, porque los misiles no les proporcionarán lo que quieren: el poder de mantener a las ciudades estadounidenses y aliadas como rehenes del chantaje nuclear. Fortalecer los sistemas espaciales estadounidenses y construir los medios para defenderlos podría disuadir a los adversarios potenciales de desarrollar pequeños ‘satélites asesinos’ para atacar las redes de satélites estadounidenses”.

En este sentido, introdujo como solución directamente la perspectiva ideológica que termina siendo la clave de interpretación de todos los acontecimientos que conforman la carrera pública de Donald Rumsfeld: “Debemos promover un enfoque más empresarial: uno que aliente a las personas a ser proactivas, no reactivas, y a comportarse menos como burócratas y más como capitalistas de riesgo; uno que no espera a que las amenazas surjan y sean ‘validadas’, sino que las anticipa antes de que aparezcan y desarrolla nuevas capacidades para evitarlas y disuadirlas”.

Y remató su argumentación con esto: “las guerras en el siglo XXI requerirán cada vez más de todos los elementos del poder nacional: económico, diplomático, financiero, policial, inteligencia y operaciones militares tanto abiertas como encubiertas”.

Está claro entonces que Rumsfeld no solo es el hombre de la burocracia, de la guerra y el terror, sino que es el hombre del neoliberalismo, lo cual lo convierte, como veremos ahora, en el hombre de la corrupción.

El muchacho de Chicago

La privatización era el mero centro de su “revolución en los asuntos militares”. El libro ya citado de Jeremy Scahill sobre Blackwater registra que “en el verano de 2007, había más personal de ‘contratistas privados’ desplegado en Irak a sueldo del gobierno estadounidense (180000 efectivos) que soldados reales (160000)”. Esta situación no solo era conveniente por el hecho de que este ejército en la sombra le permite a Estados Unidos llevar adelante guerras genocidas impopulares a lo interno y al margen de la ley internacional, bajando el perfil de sus tropas oficiales; sino que también consolida la modificación del balance de poder entre las esferas pública y privada. Como señala Jeremy Scahill: “esto significaba que el ejército estadounidense se había convertido en el socio menor de la coalición que ocupa Irak”.

Incluso luego de todos los años de discusión y discursos de “estira y encoge” acerca de la retirada de las tropas de Irak y Afganistán, lejos de poner en riesgo el obscenamente lucrativo negocio de la guerra, lo que hace es aumentar sus oportunidades. Uno de los principales ejecutivos de Blackwater, Joseph Schmitz, señalaba hace más de 10 años el aspecto positivo de estas posibles decisiones políticas: “Existe la perspectiva de que Estados Unidos, como Estado, retirara su huella militar de allí y que, a partir de ese momento, hubiera una mayor necesidad de afluencia de contratistas privados a aquellos países”.

Donald Rumsfeld había cumplido su cometido. La transformación del sistema, y del negocio, estaba hecha.

Su relación con el neoliberalismo no es casual ni espontánea. Rumsfeld, oriundo de esa ciudad, conoció íntimamente la famosa Escuela de Chicago, donde fue profesor visitante en los años 70 y era amigo de Milton Friedman, el gurú del neoliberalismo y uno de los exponentes más mediáticos del ultraconservadurismo norteamericano. El think tank Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense, que tomó el poder con Rumsfeld, Cheney y Bush en el albor del nuevo milenio, era un dispositivo político-corporativo fundamentado en las ideas de Chicago.

De hecho, el propio Milton Friedman en el libro de memorias escrito junto a su esposa (Two Lucky People: memoirs) recoge que Donald Rumsfeld era su “opción favorita” para la política estadounidense. Ronald Reagan fue la figura del neoliberalismo en los 80 junto a Margaret Thatcher. Sin embargo, Friedman señaló que el hecho de que Reagan eligiera a George Bush (padre) como su fórmula para vicepresidente en lugar de a Rumsfeld fue “la peor decisión no sólo de su campaña sino de su presidencia”, y que “si Rumsfeld hubiera sido elegido, creo que habría sucedido a Reagan como presidente y el lamentable período Bush-Clinton nunca habría ocurrido.”

Corrupción y decadencia del Imperio

Como hemos visto, todo conduce al dinero. Son las grandes corporaciones, los contratos, el interés crematístico, la voluntad de sacar todo el dinero posible del Estado a costa de cualquier cosa, lo que movía y mueve todos los acontecimientos políticos. Todo el discurso ideológico, patriótico, gerencial, se seguridad, miedo y responsabilidad, está impulsado por la corrupción y la insaciable ansia de acumulación capitalista.

Donald Rumsfeld dedicó su vida a garantizar el poderío total económico y político de su grupo de interés, pasando por encima de la vida de millones de seres humanos en todo el planeta.

Y Rumsfeld fue así no porque fuera sencillamente, como individuo, un hombre “muy malvado”. Fue así es porque es de esta manera que se mueve el sistema. Es esta especie de “aristocracia moderna” la que mueve el poder del Imperio.

Donald Rumsfeld no hizo más que ejercer el papel de agente acelerador de un proceso inherente al sistema capitalista. Demostró, como dicen Toni Negri y Michael Hardt, la trayectoria del imperio, de la soberanía imperial, hacia su compleción y su consecuente decadencia. La corrupción del sistema es el fin del sistema.

En el libro Multitud, escrito justamente entre los años 2000 y 2004, Hardt y Negri analizan el escenario que se abría paso con los procesos de los cuales Donald Rumsfeld era protagonista. Consideraban que:

“La teoría de una revolución de los asuntos militares constituye una corrupción del arte de la guerra. Los ejércitos mercenarios son ejércitos de la corrupción: corrupción como destrucción de la ética pública, como motivo para desatar las pasiones del poder”.

Estos pensadores destacaron una perspectiva sumamente importante que puede servir como epílogo para este perfil sobre Rumsfeld. El capitalismo se erige sobre la lógica de la corrupción, y cuando la corrupción asume directamente el poder por medio de la conjunción total del dominio económico y militar, el sistema completa su trayectoria lógica y se precipita su derrumbe. Los mercenarios no son una figura nueva, la historia documenta el papel que han jugado en los desarrollos políticos:

“El fin del Imperio romano y el colapso de la Italia renacentista son dos ejemplos, entre otros muchos, del triunfo de los mercenarios. Cuando la población en general no constituye ya las fuerzas armadas, cuando el ejército deja de ser el pueblo en armas, los imperios caen. Hoy todas las fuerzas armadas tienden a ser otra vez ejércitos de mercenarios. Y al igual que hacia finales del Renacimiento, los mercenarios están mandados por condotieros. En nuestros tiempos algunos condotieros mandan escuadrones nacionales de especialistas en diversas tecnologías militares, otros mandan batallones de fuerzas del orden, a modo de guardias suizos globales, y otros dirigen los ejércitos de los países satélites del orden global”.

Señalan Negri y Hardt que, según Maquiavelo, cuando el mercenario se hace con el poder, se acabó la república. Para él, mando mercenario y corrupción son sinónimos. “Maquiavelo nos enseña que solo las buenas armas hacen buenas leyes. De lo que puede inferirse que las malas armas -y en el lenguaje de Maquiavelo, los mercenarios son malas armas- hacen malas leyes. En otras palabras, la corrupción de la esfera militar implica la corrupción de todo el orden político”.

Donald Rumsfeld podrá ser recordado con muchas etiquetas, y resaltarán seguramente aquellas que se refieren a todo el dolor que causó a poblaciones enteras. Pero es importante analizar bien al hombre y sus circunstancias, sus relaciones y el significado amplio de sus acciones. De esta manera, es apropiado nombrar a Donald Rumsfeld como lo que realmente fue: el hombre del sistema.

Ángel González

Twitter: @angelgonzalezvn

Ángel González, periodista, articulista, analista político y del discurso, nos ofrece este espacio de reflexión crítica sobre el devenir de nuestras sociedades, las luchas populares, los cambios tecnológicos, económicos y culturales. Es un mapa de búsqueda de una potencia común que produce las condiciones de posibilidad para la transformación del mundo.

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