Cuando echo un vistazo a la historia de la humanidad, veo que el ser humano siempre ha pugnado con sus semejantes. Desde contiendas por la caza de animales en los tiempos prehistóricos, hasta los conflictos políticos y económicos modernos en estos días. A veces, por estas diferencias, estuvo dispuesto a privarle la vida a sus semejantes; semejantes que al igual que ellos respiraban, comían, vivían y crecían.
Incluso yo he estado presente en muchas de las contiendas; a veces también he apoyado a una de estas partes. Contiendas que terminaron en muerte: quitar el derecho a vivir a alguien exactamente como yo. Es cierto que todavía no he matado a nadie, pero no creo no haber influido en las matanzas. Mi apoyo u oposición —como un píxel entre millones de píxeles— ha completado la imagen de la guerra.
No quiero pronunciar palabras vanas que sólo tengan valor en el papel o detrás del podio de las Naciones Unidas y en la realidad no son efectivas. No quiero decir que quiero un mundo libre de conflictos y disputas; sé que esto es imposible. El ser humano cuenta con intelecto y libre albedrío, a través de los cuales se esfuerza por lograr sus intereses. Creo que los intereses de las personas nunca se encuentran en una misma alineación; parte de esta razón es la insaciable sed del poder y dominio del hombre sobre los demás, mientas que otra parte es el resultado de sus diferentes actitudes.
Los humanos se matan entre sí para obtener el poder. Los humanos, al igual que algunos animales salvajes, matan a sus compañeros para expandir su territorio. Ésta, no es otra más que una tragedia, pero es cierto que “¡tú debes morir porque yo quiero ganar más!”
Nunca estamos satisfechos. Somos criaturas que incluso si logramos el control de un país o un continente, no es suficiente para nosotros, mandamos nuestras expediciones militares a otros continentes y masacraremos a la gente de ese lugar para que nos obedezca. Así como lo que los colonos europeos hicieron con los nativos de América. Así como los genocidios de las guerras mundiales donde matamos a toda la población de varios países. “Nosotros” hicimos esto, “nosotros” los humanos.
Pero algunos de nosotros, los humanos, fuimos y somos de aquellos que se levantaron contra ese deseo bestial y animal que se encuentra dentro de nosotros mismos. De aquellos que no quisieron ni quieren matar a otros para saciar su ira interior y deseo del poder. De aquellos que el camino de la vida lo vieron en el pasar por este mundo aparente. De aquellos que no consideraron la posesión de este mundo como la finalidad suprema del hombre, más bien, consideraron la pureza interior, la paz y la conexión con el infinito. De aquellos que consideraron al ser humano como una criatura compuesta de cabeza, manos, panza y pies, y sostuvieron la creencia que el ser humano tiene un alma espiritual y elevada colocada dentro de su cuerpo, y la razón de esa inquietud, esfuerzo por avanzar y no detenerse, es alcanzar al Ser Infinito que los creó.
Estas personas, estos ángeles sobre la tierra, eran mensajeros de nuestro Creador para mostrarnos la forma correcta de vivir y satisfacernos. Muchos de nosotros no los valoramos. Algunos de nosotros estábamos tan entretenidos en tratar de satisfacer nuestros insaciables deseos externos que vimos a estos Mensajeros de Dios como un obstáculo y ¡los matamos! Apagar la luz de la salvación, es como apagar el software del enrutador. No sólo te pierdes tú, sino que cualquiera después de ti que quiera encontrar su camino, también se perderá.
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En nuestras vidas siempre hemos buscado patrones a seguir; hemos buscando a alguien para tomar un modelo de su perfección en un asunto e imitarlo: el prototipo y maquillaje de un actor o cantante, de cómo patea un futbolista, las creencias y opiniones de un escritor, el método de lucha de un revolucionario, etc… Pero, ¿cuándo encontramos un patrón perfecto para la vida? ¿Qué persona es nuestro modelo para encontrar el propósito de la vida? ¿Es posible que un humano pueda ser un modelo perfecto para nosotros?
Husáin era un ser humano. Imam Husáin era un ser humano especial y extraño. Una persona que estuvo dispuesta a sacrificar su vida y su riqueza por la paz, por la pureza de la sociedad humana, por el culto a Dios y por la purificación de la opresión del mundo, la mentira, el asesinato y la injusticia. Alguien que para construir un mundo mejor sacrificó todo lo que tenía en este mundo para que el deseo de justicia no desaparezca. La cabeza del Imam Husáin fue cortada para que la justicia no fuera sacrificada. Imam Husáin en el Día de ‘Ashura sacrificó su vida, para dejar atrás una historia; una historia que durante siglos nos lleve en busca de la justicia y la verdad. Una historia que, con cada lectura, la naturaleza del poder y la riqueza del mundo pierdan su valor para nosotros y a la verdad, la justicia, la pureza y la verdadera libertad las hagamos la meta de nuestras vidas.
Ahora, después de catorce siglos, puedes ver la prolongación del camino del Imam Husáin. Ahora, la tumba del Imam Husáin es como el punto focal de concentración para aquellos que continúan su camino; amantes que han hecho de Husáin el modelo de sus vidas y lo mantienen vivo cada año contando la historia de Husáin. Personas que quieren usar esta guía de la vida en un objetivo correcto. Personas amantes que tienen un punto de encuentro: el Día de Arbaín, en la Ciudad de Karbala, en el Santuario de Husáin ibn ‘Ali. Días antes abandonan sus casas y se dirigen a su destino a pie o montados. Esta marcha se ha convertido en una de las congregaciones más grandes del mundo con cerca de 20 millones de participantes; una congregación que representa una pequeña parte de los cientos de millones de seguidores del Imam Husáin; millones de personas que, aunque en ese entonces no pudieron participar en este evento, el Día de Arbaín se dirigen hacia la Ciudad de Karbala y envían saludos a Husáin.
Husáin no es un relato histórico sino es una realidad viva. Husáin representa nuestro objetivo y es el eje de nuestra congregación para construir una civilización justa y pura. Husáin, es la llave del futuro...
Hasan Aqayani
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